Imagina que
estás haciendo una actividad que te gusta mucho. Cuando la realizas, en tu
cerebro se activa un mecanismo de
motivación y gratificación que libera dopamina (sustancia
asociada con el sistema del placer), y te refuerza a fin de que realices esa
actividad con más frecuencia.
Ahora
imagina a un grupo de personas a las que se les presenta un dilema (dilema del prisionero) ante el que deben tomar
libremente la decisión de cooperar entre ellas o competir. Gracias a la
neurociencia, se ha descubierto que solo aquellas personas que deciden
cooperar, presentan en el cerebro la activación del mismo mecanismo de refuerzo
de dopamina descrito anteriormente, lo que indica un reforzamiento de estos
comportamientos cooperativos, para que se mantengan en el tiempo. ¿Cómo podemos
interpretar estos resultados? ¿Estamos biológicamente más predispuestos a
cooperar entre nosotros? Debemos tomar los resultados con cautela, pero
reflexionar sobre este asunto.
En la tradición filosófica hay una cuestión clave que abre dos enfoques
diferentes: el primero defiende el egoísmo innato del ser humano, el hombre un
lobo para el hombre. El segundo mantiene que el hombre es
bueno por naturaleza. Aún sin resolver, nos plantea una reflexión que quizás
merece la pena que hagamos.
En la actualidad vivimos en un mundo repleto de contradicciones. En nuestro
paso por el sistema educativo, los estudiantes podemos observarlas de primera
mano. En las etapas infantiles más tempranas se nos enseña a compartir, a jugar
con los demás, a no ser egoístas… En cambio, conforme avanzan los niveles,
pasamos a sentarnos en mesas individuales y se nos transmite el mensaje de que
debemos esforzarnos por ser los primeros, tanto en clase como en el recreo. Las
etapas superiores son una continuidad de estos valores pero de forma más
intensa, hasta llegar al mercado laboral, una suerte de campo de batalla donde
defender tus capacidades para no quedar fuera del mismo.
Para perpetuar esta situación, en 2013 se aprobó en nuestro país la nueva ley de educación (LOMCE), que apuesta decididamente por la competitividad y que despertó el rechazo de gran parte de la comunidad educativa, hasta que ha sido recientemente paralizada en el congreso.
Además, si eres mujer habrás comprobado que la competitividad es mayor para
ti. Actualmente, a las mujeres se nos exige más, y somos menos las que
accedemos a puestos de responsabilidad, como consecuencia de una sociedad que
nos relega a un segundo plano en la mayoría de sus ámbitos. Esto ha conducido,
en muchas ocasiones, a un exceso de competencia entre nosotras. Sororidad entre
mujeres, compañera.
Después de todo, ¿Es el hombre un ser social por naturaleza? ¿Deberíamos
replantearnos si es la interacción con la cultura en las sociedades
individualistas actuales lo que nos vuelve más egoístas? ¿Se beneficia el
sistema económico actual de crear seres humanos altamente competitivos entre
ellos? Sea como fuere, está de tu mano el segregar o no más dopamina en tu
cerebro, y recuerda, existen problemáticas en nuestro planeta, como el
avance hacia un sociedad sin desigualdades, que requieren de la
cooperación y la concienciación de toda la ciudadanía.
Fuente: Rilling et al. (2002): “A neural basis for social cooperation”. Neuron,
35.
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